Vaya por delante
que es sano firmar las opiniones para facilitar el contraste de pareceres con
rigor. Lamentablemente, las redes sociales están promoviendo un tipo de
seudodebate, en que los opinantes, escudándose en el anonimato de un seudónimo,
no ya se contentan con dar su opinión sin rigor ni contraste previo, sino que
se ocultan para insultar impunemente a quien opina de otra manera. Quienes firmamos
nuestras opiniones facilitamos la labor a quienes se dedican a insultar. No nos
importa.
Distingo, dentro de
esos debates, a quienes, desde la política o desde un periodismo profesional,
si bien no suelen insultar abiertamente, sí caen en los errores de falta de
rigor y contraste de datos. A éstos los considero más responsables, porque los
ciudadanos, en general, les atribuyen más autoridad en sus opiniones y
confunden más, lo hagan o no intencionadamente.
Sniace es un tema
que, indudablemente, tiene miga. No sólo porque sus trabajadores han sido
protagonistas, en muchas ocasiones, de luchas ejemplares por sus puestos de
trabajo, sino porque, efectivamente, Sniace se ha convertido en un símbolo que
despierta controversia. Tanto sobre su peso económico real en la economía de
Cantabria en general, como sobre su idiosincrasia de empresa que siempre se la
vincula con el régimen anterior. Tanto sobre su
supuesto favoritismo a la hora de recibir ayudas públicas, como sobre el
carácter contaminador de sus producciones. Tanto sobre su porvenir, como sobre
su situación ruinosa... Hablar de Sniace, continuamente, se hace utilizando
mantras que nadie se ocupa en desmontar y que, de tanto repetirse, muchos creen
que son verdad incuestionable. Como en todas las cosas, esas opiniones pueden
tener algo de verdad, si no no correrían tan fácilmente entre la opinión
pública, pero muchas de ellas tienen mucho de falsedad. Y se confirma el dicho
de que la ignorancia es madre del atrevimiento. Pero “es igual”, hay que combatir
el aburrimiento como sea, y si hay que despotricar sobre Sniace, mejor.
Curiosamente,
abundan las opiniones de quienes critican la perseverancia actual de sus
trabajadores y trabajadoras en defensa de su futuro, y ven mal el apoyo de los
sindicatos a esa lucha. Alegan que los de Sniace no son los únicos que están
padeciendo la actual crisis. En el fondo están quemados porque ellos no fueron
capaces de buscar apoyos para luchar por lo que era suyo con la misma decisión
que los de Sniace.
Pocas personas valoran
lo que puede suponer que más de quinientos despedidos vuelvan a ser readmitidos
y puedan recuperar la mayor parte de sus derechos, aunque dejen plumas en el
camino. Nadie creyó que eso iba a ser posible y está en vías de llegar a serlo.
Y sorprendentemente parece que a algunos les duele que así sea. No se dan
cuenta de que supondrá un precedente que puede beneficiar a muchos otros
trabajadores en el futuro.
Abunda mucho
desconocimiento sobre la situación real por la que está pasando la empresa,
sobre los condicionantes legales (que son infinitos) que impone la situación
concursal en la que está inmersa Sniace, y no dan importancia alguna, por
ejemplo, a que un juez pueda demorar negligentemente, durante meses, la
resolución de un problema, con las consecuencias de todo tipo que dicha demora
acarrea y sin que nadie le pida cuentas. Sobre la gestión anterior de la
Dirección de la empresa me he manifestado en varias ocasiones y no tengo que
repetir que, cuando menos, me ha parecido errónea.
Pero centrarse
ahora en la “insólita recuperación” de Sniace como ejemplo contrario a la
corriente general, tan manoseada, de que hay que cambiar el modelo productivo
(otro mantra) es ya el colmo. El modelo productivo, junto con el modelo
financiero y el fiscal forma parte del modelo económico que generalmente no se
cuestiona, pero que ya va siendo hora de que se empiece a cuestionar. Sin
modificar los dos últimos, financiero y fiscal, un nuevo modelo productivo no
tendrá viabilidad. Criticar, por tanto, que alguien se empeñe en mantener o
recuperar lo ya existente, la actividad y los puestos de trabajo, en vez de
trabajar por un futuro modelo mejor, por el que nadie ha empezado a tomar
medidas, y que nadie sabe si llegará, sólo se puede hacer desde la postura
cómoda del espectador que no se compromete personalmente en la búsqueda de
soluciones y no ofrece alternativas, o que sólo trata de combatir su
aburrimiento.
Lo último que le
faltaba a Sniace es ser motivo de disputa política. Y menos, metiendo a los
sindicatos por medio.
Utilizar a los
sindicatos como dardo contra el oponente político es algo muy barato. Como si
los partidos políticos no tuvieran su responsabilidad en este tema. Si pusieron
todos los medios para impedir que Sniace fuera a la liquidación o si, más bien,
apostaron por su desaparición definitiva, sin ofrecer ninguna alternativa a
cambio. O si, más bien, actuaron movidos por intereses espúreos. Está pendiente
un análisis pormenorizado y documentado de las distintas posturas políticas,
sindicales y empresariales sobre el asunto, a lo largo de estos últimos tres
años, o quizá mirando más lejos, porque el tema tiene historia. Se descubrirían
muchas cosas y alguien tendrá que hacerlo. Y se hará.
Es cierto que todos
los sindicatos no piensan igual sobre el tema. Pero dejémosles que asuman toda
la responsabilidad de sus actos. El tiempo pondrá a todos en su sitio y será
fundamental que, cuando llegue el momento, no perdamos la memoria y podamos ver
cuánto de buena fe y cuanto de engaño había en su discurso. Por el momento,
aplaudo a los que se empeñan porque la situación se revierta, que son la
mayoría, y los trabajadores y trabajadoras vuelvan a la normalidad. Admiro su
paciencia y perseverancia. Efectivamente, uno puede engañar a alguno una vez,
pero no podrá engañar siempre a la gran mayoría, por mucho que cuente con el
apoyo de medios poderosos de difusión y conformación de la opinión pública.
José María Grúber, SUC
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