martes, 27 de septiembre de 2016

Tribuna Libre: Miedo, seducción, convencimiento


Miedo o seducción, ¿la polémica del momento? ¿Y la de Pedro Sánchez y sus “barones no? ¿O la machacona aparición de datos sobre la corrupción en el PP? ¿O, sobre todo, nuevas elecciones o gobierno de gran coalición, o alternativo, o... ¡qué más da!... gobierno de la Troyka?
Me interesa, sobre todo, la de Podemos y en ella sitúo mi reflexión, porque las otras me resultan puro teatro, el PSOE no va a pactar con Podemos ni se abstendrá ante el candidato Rajoy, por esta vez y, por tanto, van a haber nuevas elecciones. ¿Qué cambiará con ellas? Posiblemente nada, salvo que el PSOE se cargue a Pedro Sánchez y acabe posibilitando que el PP gobierne. Pero eso aún no ha llegado.
Podemos camina hacia su maduración, con todos los retos que ello supone. Pero no se puede construir una fuerza que pretenda ser transformadora de la realidad en la que ha nacido, a base de competir en procesos electorales exclusivamente. O, al menos, permanentemente.
Soy de quienes piensan que Podemos debería haber abandonado, de inmediato, el “teatro” electoralista posterior a las elecciones del 20 de diciembre y dedicarse a sacar conclusiones de su experiencia electoral y aplicarse en la construcción interna de su propia organización. Lo de “tomar el cielo por asalto” estaba muy bien como mensaje ilusionante, “seductor”, para obtener los más votos posibles. Pero el 20D y, sobre todo, el 26J han dejado claro que el electorado no estaba preparado para reaccionar valientemente ante las campañas del miedo desarrolladas por PP, PSOE y Ciudadanos. Quizás sea esta constatación la conclusión más contundente, más científica, sacada por la dirección de Podemos para explicar su decepción ante los resultados del 26J. Lo extraño es que, siendo un equipo tan preparado, intelectual y teóricamente, no fuesen conscientes de ello antes de las elecciones y lo tuvieran presente al diseñar su estrategia. La precipitación en la confluencia de varias organizaciones en Unidos Podemos puede que haya sido otra de las causas del fracaso electoral. Pero ese es el camino.
En este “momento interminable” en que nos encontramos (¿hasta cuándo nos tendrán pendientes de si llegan o no a un pacto o si habrá nuevas elecciones?), me parece lo más relevante e, incluso, lo fundamental, que la brecha abierta por Podemos en el panorama político se consolide, se refuerce y se complemente desarrollando el otro campo de debate, trabajo y lucha: el campo no institucional, “la calle”, como le dicen algunos. La construcción de Podemos, la redefinición de su estrategia, la concreción de su ideología, el desarrollo de Unidos Podemos o confluencias similares se muestran fundamentales en ese proceso. Y, Podemos está perdiendo ya demasiado tiempo sin ponerse manos a la obra en ese campo, el no institucional. Puede que Podemos no sea, en el futuro, la clave para que ese sujeto político, apoyado en las instituciones y, sobre todo en un empoderamiento popular desde la base, se construya y desarrolle. Pero, en la actualidad, es la opción que tiene más posibilidades de que lo sea, a pesar de todas las contradicciones que surgen de su propio seno.
Los resultados del 26J parecen sugerir que Podemos “ha dado miedo” a una parte importante de los electores que no tienen el poder, los que sufren las consecuencias de todas las crisis. Por otra parte, dar miedo a quienes tienen ese poder no se consigue con palabras altisonantes sino con propuestas concretas que pongan en peligro o amenacen ese poder. Y no es en los discursos (que también) sino en las propuestas donde Podemos tiene que amenazar ese poder. Y, en todo ese corto pero intenso recorrido, sus propuestas han ido perdiendo fuerza amenazadora. Mi impresión es que han sobrado sonrisas y ha faltado concreción en los objetivos, en el programa.
Pero la alternativa a ese “dar miedo” no puede ser la seducción, el buen rollo, el marketing, “lo sexy”. La seducción, como arte de “persuadir a otro, con halagos y argucias (o con llamadas al miedo, añadiría yo), para conseguir algo de él o de ella”, es flor de un día que se marchita a la primera de cambio, por no estar suficientemente enraizada y por crecer en campo abiertamente hostil. La alternativa para quien quiera, de verdad, transformar a fondo la sociedad, es el convencimiento. Tras los debates electorales se pueden conseguir fans, hinchas, pero, raramente, seguidores conscientes, hombres y mujeres dispuestos a cambiar las cosas, empezando por cambiarse ellos mismos. No hacen falta grandes teorías para explicar la realidad. Basta con llamar a las cosas por su nombre. Que luego, quien ve las cosas claras, se conforma con lo que hay y no se implica en intentar cambiarlo es harina de otro costal. Pero explicar la realidad tal como es y destapar el engaño a que nos tienen sometidos es posible, ¡claro que lo es! Y es una tarea a la que tendremos que aplicarnos a fondo.
De bastante tiempo atrás, las izquierdas en general han caído en la trampa del electoralismo como única vía de hacer política, entendido éste como marketing, cultura de la imagen, personalización en el candidato, prescindiendo o demostrando carecer de argumentos que apelen a la razón. Acomplejadas, como si no confiasen en sus planteamientos, en sus denuncias, en sus análisis de la realidad. Igual que los partidos de la derecha y, a falta de argumentos de peso, nos han tratado a los electores como tontos, como si la realidad que vivimos fuese una ilusión, y como si las cosas no pudieran cambiar nunca. Es cierto que, quienes tienen el poder, cuentan con medios muy potentes como para convencernos de que lo mejor para nosotros, ¡oh paradoja!, es lo que nos perjudica. O que, en tiempo de crisis, es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Es cierto que la tradición, las costumbres y, sobre todo, la situación de quienes se sienten menos perjudicados por la crisis que el vecino, influye mucho sobre el ánimo de la gente. Pero, de ahí a que nos convenzan, va un trecho y, no digamos si de convencer a todos, se trata. Ni el socioliberalismo europeo ni el ibexsocialismo español pueden convencernos a los sufridores de siempre.
La historia de la humanidad está plagada de avances, a pesar de que, quienes tenían el poder, usasen todos los medios a su alcance para impedirlos. Siempre hubo resquicios por los que introducir discursos distintos y llevar a cabo acciones que enfrentaban el status quo. Así hemos llegado hasta aquí. Es cierto que uno de los obstáculos más importantes que tenemos que salvar es esa ansiedad por obtener resultados inmediatos en todo lo que hacemos. O su correspondiente: hacer por hacer, sin pretender resultados. La historia nos enseña que todas las cosas llevan su tiempo, que no se puede “tomar el cielo por asalto” en cuatro días. Pero también que la evolución va en una dirección y que no tiene marcha atrás. A pesar del desconcierto y el hastío actuales, hemos avanzado con respecto a hace pocos años, mucha más gente está pendiente del desarrollo de los acontecimientos. Y ser conocedores de ello nos da una dosis de optimismo.
Hablamos de resquicios, pequeñas grietas. Y deberíamos desconfiar cuando se nos abren ventanas enteras y puertas anchas o se nos ofrecen sillas en los platós y columnas en los periódicos. Una vez en medio del corrillo, lo más fácil es que nos rodeen y nos calienten el cogote a base de pescozones. Había que contar con ello.
Es hora de que Podemos se retire a los cuarteles de invierno, se rearme y comience a tomar posiciones. No es cuestión de dejar de ser partisanos o convertirse en ejército regular. La clave del triunfo partisano ha estado siempre en conseguir el apoyo de los paisanos del lugar. Dar prioridad a las alianzas con la gente fue el mensaje que Podemos lanzó en sus comienzos y es urgente que lo recupere. Esa sería la esencia de la verdadera nueva política que se pretende y de la que habría que hablar con más precisión.
José María Grúber 13.638.898-J

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