Felicidades mi querido primo- admirado amigo y mejor maestro- al cumplir hoy 87 años, y mis sinceros deseos de que cumplas muchos más, rodeado de todos tus hijos, nietos y el biznieto.
Me atrevo a afirmar que es la primera vez, en tu aprovechada y generosa existencia, que el cumpleaños no te ha pillado trabajando. Claro que, la vagancia de hoy, está más que justificada: no todos los días recibe uno la Medalla de Oro de su ciudad. De una ciudad que ha observado tantas veces tu arte, sapiencia, constancia y generosidad, que ya eres parte de ella, en la misma medida que las palomas lo son a las plazas y el mercado de los jueves, o la feria de ganado, lo es a la historia de Torrelavega. Gracias a los miembros de la Corporación por arropar y ensalzar a sus prohombres, de la cultura y las artes, porque, con actitudes como ésta, os hacéis merecedores del afecto del pueblo , a la par que mostráis vuestra cercanía con el.
Quién te iba a decir a ti, amigo Julio, cuando sólo eras un rapaz que, con tiragomas en mano, mataba pájaros o robaba pan, empujado por el hambre más que por la maldad, que con el tiempo, serías nombrado hijo predilecto de Torrelavega; un título que, hay que reconocerlo, tiene usía. Ya sé que vas a mantener el tipo cuando te toque hablar, como si la cosa esta no fuese contigo, pillín, pero no me negarás que, en esta mañana luminosa, dos cosas son para ti muy evidentes: Una, que este título es el mayor anhelo de cualquier hijo de esta ciudad; la otra, que no hay mejor forma de inmortalidad que ser admirado y recordado, con afecto y respeto, por nuestros semejantes.
Si a mi amigo Julio le hubieran preguntado de niño: ¿tú qué vas a ser de mayor?, quépales la certeza de que habría respondido: “Yo de mayor quiero ser feliz” y es que este hombre enérgico, de benditos trabajos en acuarela y una extensa colección de poesía, de la que sobresale su testamento poético, a diferencia de Miguel de Unamuno, no quiere saber nada del sentimiento trágico de la vida. Porque el mundo de Julio está lleno de proyectos, de despertares, de sueños, de vida, aunque, a lo largo de su vida, la vida se le haya escapado tantas veces.
Nos ha reiterado, en los muchos viajes que hemos hecho juntos, que él ha venido a este mundo a ser feliz, lo que, a veces, nos ha parecido más el aserto de un niño, que la reflexión de un adulto. Pero es que, tal vez Julio, tenga mucho de niño, no en función de lo que diga o de los mohines que haga, sino por su extraordinaria versatilidad, tras un hecho indeseado, para recuperar la capacidad de maravillarse y abandonarse luego en los amorosos brazos de la vida.
Y añadiré que Julio es un hombre de paz que solo mantiene guerras contra la indolencia, y la mediocridad. Porque, su constante es trabajar y ser feliz hasta la terquedad. Y es que, aunque a las soledades del poeta ha llegado el amor muchas veces, para a veces decirle que no podía quedarse, pese al pesar, su júbilo por la vida le ha llevado a no familiarizarse con la negra sombra, tal vez porque cuenta con la compañía de una admirable y numerosa familia y el recuerdo imborrable de unos amigos de la talla de José María Cossio, Jesús Cancio, Angel Laguillo, Mauro Muriedas, Jesus Otero, Alejandro Gago y tantos otros que, aún orbitando en otras galaxias, sus rostros pintados- o esculpidos por Julio- se muestran apacibles en el salón de la casa solariega que habita en Barcenaciones (Reocín).
Recuerdo que una tarde lluviosa, justo en aquel salón, me comentaste: A mi no me oirás decir aquello de: “un día más que se ha ido”, porque cuando el tiempo se aprovecha intensamente, como yo lo hago, el día dura lo que tiene que durar. “Por lo demás, aquí me tienes rodeado de personas queridas que se han ido y, aún así, jamás he tenido la más mínima preocupación por la muerte. Creo que morir de vida será un buen final, aunque, naturalmente, tampoco tengo ninguna prisa.”
Así es nuestro Admirado Julio Sanz Saiz: exultante como la primavera; artista con vocación de hacerse necesario; generoso por los cuatro costados y trabajador sempiterno. Lo suyo es vivir al albedrío, desviviéndose por la naturaleza, por la belleza en todas sus formas y por las gentes que conoce de siempre, que conoce de un día o que no reconoce.
Larga vida y enhorabuena, maestro.
Juan José Crespo
Me atrevo a afirmar que es la primera vez, en tu aprovechada y generosa existencia, que el cumpleaños no te ha pillado trabajando. Claro que, la vagancia de hoy, está más que justificada: no todos los días recibe uno la Medalla de Oro de su ciudad. De una ciudad que ha observado tantas veces tu arte, sapiencia, constancia y generosidad, que ya eres parte de ella, en la misma medida que las palomas lo son a las plazas y el mercado de los jueves, o la feria de ganado, lo es a la historia de Torrelavega. Gracias a los miembros de la Corporación por arropar y ensalzar a sus prohombres, de la cultura y las artes, porque, con actitudes como ésta, os hacéis merecedores del afecto del pueblo , a la par que mostráis vuestra cercanía con el.
Quién te iba a decir a ti, amigo Julio, cuando sólo eras un rapaz que, con tiragomas en mano, mataba pájaros o robaba pan, empujado por el hambre más que por la maldad, que con el tiempo, serías nombrado hijo predilecto de Torrelavega; un título que, hay que reconocerlo, tiene usía. Ya sé que vas a mantener el tipo cuando te toque hablar, como si la cosa esta no fuese contigo, pillín, pero no me negarás que, en esta mañana luminosa, dos cosas son para ti muy evidentes: Una, que este título es el mayor anhelo de cualquier hijo de esta ciudad; la otra, que no hay mejor forma de inmortalidad que ser admirado y recordado, con afecto y respeto, por nuestros semejantes.
Si a mi amigo Julio le hubieran preguntado de niño: ¿tú qué vas a ser de mayor?, quépales la certeza de que habría respondido: “Yo de mayor quiero ser feliz” y es que este hombre enérgico, de benditos trabajos en acuarela y una extensa colección de poesía, de la que sobresale su testamento poético, a diferencia de Miguel de Unamuno, no quiere saber nada del sentimiento trágico de la vida. Porque el mundo de Julio está lleno de proyectos, de despertares, de sueños, de vida, aunque, a lo largo de su vida, la vida se le haya escapado tantas veces.
Nos ha reiterado, en los muchos viajes que hemos hecho juntos, que él ha venido a este mundo a ser feliz, lo que, a veces, nos ha parecido más el aserto de un niño, que la reflexión de un adulto. Pero es que, tal vez Julio, tenga mucho de niño, no en función de lo que diga o de los mohines que haga, sino por su extraordinaria versatilidad, tras un hecho indeseado, para recuperar la capacidad de maravillarse y abandonarse luego en los amorosos brazos de la vida.
Y añadiré que Julio es un hombre de paz que solo mantiene guerras contra la indolencia, y la mediocridad. Porque, su constante es trabajar y ser feliz hasta la terquedad. Y es que, aunque a las soledades del poeta ha llegado el amor muchas veces, para a veces decirle que no podía quedarse, pese al pesar, su júbilo por la vida le ha llevado a no familiarizarse con la negra sombra, tal vez porque cuenta con la compañía de una admirable y numerosa familia y el recuerdo imborrable de unos amigos de la talla de José María Cossio, Jesús Cancio, Angel Laguillo, Mauro Muriedas, Jesus Otero, Alejandro Gago y tantos otros que, aún orbitando en otras galaxias, sus rostros pintados- o esculpidos por Julio- se muestran apacibles en el salón de la casa solariega que habita en Barcenaciones (Reocín).
Recuerdo que una tarde lluviosa, justo en aquel salón, me comentaste: A mi no me oirás decir aquello de: “un día más que se ha ido”, porque cuando el tiempo se aprovecha intensamente, como yo lo hago, el día dura lo que tiene que durar. “Por lo demás, aquí me tienes rodeado de personas queridas que se han ido y, aún así, jamás he tenido la más mínima preocupación por la muerte. Creo que morir de vida será un buen final, aunque, naturalmente, tampoco tengo ninguna prisa.”
Así es nuestro Admirado Julio Sanz Saiz: exultante como la primavera; artista con vocación de hacerse necesario; generoso por los cuatro costados y trabajador sempiterno. Lo suyo es vivir al albedrío, desviviéndose por la naturaleza, por la belleza en todas sus formas y por las gentes que conoce de siempre, que conoce de un día o que no reconoce.
Larga vida y enhorabuena, maestro.
Juan José Crespo
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